11-Navegando entre glaciares

EL CALAFATE, Argentina, miércoles 9 de enero de 2013

Mi primera noche en El Calafate y un encuentro no previsto. Compartí unas cervezas y un fernet con Laura y Marianela en el hostel, y recuperé el tupper que había dejado en Ushuaia y que ellas habían llevado hasta aquel otro punto de la patagonia. La noche estaba magnífica y  nada hacía pensar que estábamos de uno de los lugares más cercanos al polo sur de nuestro planeta. Donde sí hacía un calor insoportable era en mi habitación. Se trataba de un cuarto bien grande, para 12 personas con balcón a la calle y todo, pero el calor que hacía ahí dentro era asfixiante, más aun del que había pasado en Ushuaia, donde solíamos dormir con la ventana abierta.

Me levanté temprano y me despedí de las chicas que se encontraban desayunando. En un rato ellas partirían hacia El Chaltén y nos reencontraríamos allí. Caminé hasta la agencia que me llevaría a navegar por los glaciares y solo hice tres cuadras cuando me di cuenta de que no llevaba encima el voucher ni el DNI. Así que tuve que regresar y emprender el camino nuevamente a toda velocidad. Ya era tarde y temía que el tour partiera sin mí. Cuando llegué no podía más del dolor de tobillos, que es lo que suele darme siempre que camino a gran velocidad.

Finalmente partió el tour y a las 9 estuvimos en Punta Bandera, a unos 50 km. De El Calafate, donde después de abonar los 10 pesos de ingreso al Parque Nacional subimos a una embarcación de tres pisos que nos llevó a navegar a través del Lago Argentino, visitando muy de cerca todos y cada uno de los glaciares vierten allí sus aguas.

Al principio solamente se veían pequeños témpanos flotando, y todo el mundo se tomaba fotos con un diminuto témpano detrás, pero la sorpresa fue ver, más adelante, en el llamado “Canal de los Témpanos”, gigantescos bloques de hielo celestes del tamaño de un edificio, algunos tres o cuatro veces más grande que el barco en el que estábamos.

La excursión me había costado unos cuántos billetes, pero realmente valió la pena. Visitamos los Glaciares Spegazzini, Upsala, y Perito Moreno, además de pasar por otros más pequeños. Un gigantesco trozo de hielo se desprendió del Perito Moreno cuando estábamos tomándole fotos y se hundió en el lago para después ascender a la superficie. La ola que se formó fue tan grande que tanto nuestro barco, como otros que estaban allí debieron girar ante el  peligro de ser alcanzados por ella.

Solamente estando frente a esos gigantes de hielo pude tener dimensión real del tamaño y la dimensión de los mismos. El Spegazzini es el más alto de los glaciares (su parte más alta alcanza los 135 metros) y visto desde una distancia considerable, me pareció una abrumadora ciudad de hielo que se extendía hasta el infinito. A los otros los vimos de cerca. El Upsala me impresionó por la cantidad de témpanos que lo rodeaban, y del Perito Moreno vimos la pared norte.

 

El clima acompañó por suerte. La mañana estuvo despejada, aunque corría mucho viento sobre las cubiertas del barco, y al comienzo de la excursión todo el mundo quería estar allí por lo que el interior quedó completamente vacío, mientras las cubiertas eran un mundo de gente donde se dificultaba caminar o tomar una foto. Cuando a la gente se le pasó el fervor inicial, el tránsito dentro del barco estuvo más equilibrado.

Mi almuerzo consistió en más sanguchitos de aquellos que me había preparado en Puerto Natales, más alguna golosina que había comprado la noche anterior en un kiosco. En el barco hay servicio de buffet pero es carísimo por lo que es conveniente llevarse una vianda. Por la tarde comenzó a caer una tenue pero helada llovizna que hizo casi que todos permaneciéramos adentro ya que la navegación desde el Spegazzini hasta el Perito Moreno dura casi dos horas. Fue el momento que aproveché para dormitar un poco, ya que había dormido pocas horas durante las noches previas. ¡Mis vacaciones son el único momento del año en el que madrugo!

Después del tour tuve tiempo de hacer una recorrida por la ciudad, y de ir hasta la Laguna Nimez, aunque no ingresé a la reserva ecológica dentro de la que se encuentra. Aquella noche cené en el hostel y conocí a un grupo de viajeros de distintos lugares. Entre ellos, una chica casi vecina, Laura, que había viajado sola, al igual que los otros: Jenni, Michael y Ana, una española. Todos ellos, a excepción de Laura que me pareció bastante normal, eran bastante excéntricos, y eso los hacía interesantes. Jenni era irlandesa, y fue la encargada de reunirnos a todos en una misma mesa, ya que cada cual estaba cenando por su lado. Invitó primero a Ana, luego a Michael, después me llamó a mi para jugar al truco con ellos y finalmente se sumó Laura, ya que yo nunca me acuerdo las reglas del truco, ni el valor de las cartas.

Lo patético de la situación era ver a la irlandesa intentando enseñarles el juego a la española y al suizo, y también a mí, que nunca juego al truco y no me acordaba de nada. Jenni quería jugar el juego completo con señas y todo. Creo que Michael nunca entendió por qué ella le hacía esas extrañas señas, el pobre se anotaba cada una de las instrucciones en una servilleta de papel. Finalmente todo quedó en una insólita clase de truco pero sin llegar a poder jugar. A las tres de la mañana me fui a dormir… otro paseo espectacular me esperaba: la caminata sobre el Glaciar Perito Moreno.