jueves, 26 de enero de 2012

27-De la selva a la sierra


QUITO, ECUADOR, jueves 26 de enero de 2012



Me tomé un taxi que se encontraba ahí mismo donde me dejó el micro. Estaba súper dormido y casi olvido decirle al chofer que sacara mi mochila de la baulera, y casi casi el micro se va con mi mochila. Era plena madrugada y yo fui el único que bajó allí. Le dije al taxista que me llevase hasta el Hostal Mitad del Mundo, que quedaba cerca y donde me había hospedado hacía apenas unos días, aquella última noche de mi estadía en Quito con Nacho, pero después de llamar varias veces, salió el encargado que estaba más dormido que yo, y me dijo que no había ni una sola cama disponible. No lo podía creer, ya que había estado ahí dos días antes y no había casi nadie hospedado, es más, en el cuarto que ocupábamos con Nacho para ocho personas, solamente estábamos nosotros dos, y por lo que habíamos conversado con el resto de los que allí estaban, las situaciones eran similares en todos los cuartos. Así que me fui molesto, pensando que en realidad el encargado quería seguir durmiendo y no tenía ganas de mover el trasero para registrar y ubicar a una sola persona a aquellas horas de la noche.

Entonces le dije al taxista que me llevase hasta aquel hostal que habíamos visto en nuestra llegada a Quito, donde Nacho había pateado las macetas. Al llegar, toqué timbre tres veces pero nadie salió, todo estaba cerrado, y como ya me estaba poniendo nervioso de solo pensar cuánto me costaría el taxi si seguía haciendo aquella recorrida por todo Quito, tomé una decisión trascendental: me fui a Hostal La Familia. Sí, el mismo de donde me había marchado ofendidísimo después de aquel incidente con el encargado que había hecho entrar al supuesto delincuente. Al llegar a “La Familia” me atendió el encargado de la noche, y le dije con absoluta sinceridad:
-No encuentro nada abierto, solamente me voy a quedar hasta las 11 de la mañana, ¿me dejás una habitación por siete dólares?-
No solamente me dijo que sí sino que me mandó al mismo cuarto en el que había estado antes, así que le pagué al taxista y ahí me quedé. Por la mañana desocupé el cuarto, dejé la mochila en el depósito y me fui al centro histórico. ¿El motivo? Intentar por tercera y última vez visitar el Palacio de Gobierno, lo que a aquella altura ya se había vuelto más una obsesión que un gusto personal.

Estaba fumando un cigarrillo mientras hacía la cola para ingresar cuando sentí que me bajaba la presión, todo me empezó a dar vueltas, sentía ganas de vomitar y empecé a transpirar por todas partes. Me senté en la vereda, un hombre me dio un caramelo y enseguida nos tocó ingresar (hacen ingresar grupos de unas quince personas por vez), entonces me pidieron mi documento (lo retienen hasta que finaliza el recorrido), y entramos. Pero yo sentía que en cualquier momento me desplomaba ahí mismo en el pasillo de ingreso, así que volví a sentarme mientras los demás se fueron con el guía, y le pregunté a uno de los granaderos, soldados o qué se yo cómo se llaman en Ecuador, si sabían donde podía  tomarme la presión pero ninguno tenía la menor idea. Yo les contesté: “-¿Y qué pasa si se descompone el Presidente? ¿No hay ni una enfermera?”

Esperé un buen rato ahí y cuando me sentí mejor pude ingresar con el siguiente grupo. La visita al Palacio de Carondelet es muy interesante, se recorren los patios y salones principales. Nos explicaron que en el último piso se encuentra la residencia oficial del Presidente, pero que el actual, Rafael Correa, prefiere utilizar la suya propia, por lo cual no reside en el Palacio. La visita guiada es muy agradable, y hasta te regalan una foto que ellos mismos te sacan en el patio principal.

Cuando terminó el paseo una chica estaba devolviendo los documentos de identidad, y no se encontraba el mío, así que fui a reclamarlo a la recepción, donde la mujer que me lo dio me dijo: “lo hemos estado buscando por todo el Palacio. Teníamos su DNI pero pensábamos que se había quedado perdido adentro”. Claro, nadie se había percatado de que no ingresé en el primer grupo y que me quedé en la puerta medio desmayado.

Ya estaba avanzada a tarde cuando me fui a retirar mi mochila del hostal, y tomé un colectivo hasta la Terminal de Carcelén que demoró una eternidad. Llegué cuando ya estaba anocheciendo y tomé uno de los últimos buses rumbo a Cotacachi, aunque no sabía que el bus no me dejaría en el pueblo mismo, sino a unos pocos kilómetros, cerca de un puente sobre la autopista panamericana.
-¡Dios mío!-, pensé-¡En qué lugares me meto!
Sólo, con todo mi equipaje, en plena noche cruzando la autopista para esperar ahí en una esquina, un supuesto bus que nunca llegaba. Pero afortunadamente, un muchacho que estaba también esperando me dijo que indicó cuál era el bus que tenía que tomar. Así lo hice y en quince minutos estuve en Cotacachi.

El pueblo me sorprendió al llegar. El bus me dejó frente a una plaza muy iluminada, una iglesia muy bonita, se notaba que era un pueblo chiquito y tranquilo. La cuestión ahora era encontrar la casa de Marcelo, mi couchsurfing, quien me había invitado gentilmente a hospedarme en su casa. Los vecinos del pueblo me mandaban para un lado y para otro, en todas las direcciones, hasta que por fin di con el domicilio de Marcelo, quien me estaba esperando desde hacía rato en su casa tan grande como agradable. Fue mi primera y única experiencia en couchsurfing en Ecuador. Y Marcelo me atendió de mil maravillas, como contaré en el capítulo siguiente.






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