jueves, 6 de enero de 2011

17-Histórico y amigable, Ouro Preto

Ouro PretoBrasil — jueves, 6 de enero de 2011

Poco después de mi llegada, y luego de que Cidoca me asignase un cuarto en el 1er piso de la república,  fuimos con Belizia y Antonio, su novio, al bar “Barroco”, muy cerca del Museo de la Inconfidencia. Siduca era el “bicho” de la república, o sea el novato. A él le correspondía preparar el desayuno, lavar los platos, atender la puerta, limpiar y otras múltiples tareas propias de una empleada doméstica. Y al cabo de unos meses, si la comunidad estaba de acuerdo, podría permanecer en la república como miembro estable, hasta que otro novato ocupase su lugar. Así es como funciona la vida en estos reductos estudiantiles regidos por reglas propias, en donde por lo que he visto no es fácil hacerse un lugar, pero también donde los estudiantes suelen pasar los mejores años de sus vidas.

Ouro Preto es una ciudad de estudiantes con una vida nocturna muy dinámica. Abundan por allí los bares y los jóvenes van y vienen por sus calles aun en día de semana y con lluvia, aunque ya no llovía y el clima estaba un poco fresco.
En el bar ya se encontraban Claudio y Rodrigo, miembros de couchsurfing residentes en Ouro Preto, y Nicola, un italiano que se hospedaba hasta aquella noche en casa de ellos. Pedimos unas cervezas y cuando pintó el hambre, una pizza. ¡Al fin!, pensé. “Voy a comer algo que no esté hecho a base de pollo”, que era todo lo que venía comiendo por estos días. La sorpresa fue comprobar que la pizza de la casa era de pollo, y además no estaba cortada en porciones sino en cubitos, como una pizza de copetín.

La pizza estuvo riquísima, y luego de otras cervezas dimos una vuelta por la ciudad y terminamos en otro bar, enfrente de Barroco, donde las paredes están completamente escritas por viajeros de distintas partes del mundo, y allí dejé yo en un rincón, mi nombre escrito con fibrón negro, junto a una leyenda que recordará el 1er encuentro de couchsurfings en Ouro Preto.

Regresamos tarde, y Claudio acordó encontrarse con Belizia y conmigo al día siguiente para mostrarnos un poco de su ciudad. Así fue que a las nueve de la mañana Belizia se ocupó de despertarme y nos encaminamos al punto de encuentro desde donde Claudio, cansado ya de esperarnos, se estaba volviendo.





El primer lugar que conocimos fue el Horto dos Contos, parque similar a un Jardín Botánico con árboles exóticos, senderos y pequeñas cascadas, no muy conocido por los viajeros que suelen visitar sólo las iglesias y los museos de la ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad.
Luego fuimos a desayunar y la anécdota de la mañana fue que me eché edulcorante en las manos pensando que era alcohol en gel.

Recorrimos buena parte de la ciudad, tomamos fotos en una y otra iglesia, aunque no entramos en ninguna porque estaban cerradas o porque en algunas había que pagar un ingreso. Luego visitamos la Casa dos Contos, un museo que guarda buena parte de la historia de Ouro Preto. El recorrido acabó después del mediodía en la estación de trenes. Acabó es una manera de decir, porque luego de que Claudio se despidió, Belizia continuó contándome historias y curiosidades de la ciudad y de los edificios por los que pasábamos y nos quedamos un buen rato chusmeando y averiguando precios en una feria artesanal en la que no compré nada porque apenas llevaba una semana en Brasil y ya había sumado a mi equipaje un reloj, un cenicero, y otra decena de cosas realizadas en piedra.



En la Calamidad Pública me invitaron a almorzar, yo colaboré con la bebida. El almuerzo me resultaba conocido: strogonoff, la comida que Bernardo me había enseñado a hacer en Belo Horizonte. Luego del almuerzo, con Belizia y Antonio nos pasamos datos de libros y películas imperdibles en castellano y en portugués.












Después me fui solo a visitar el Museo de la Inconfidencia, el más famoso de los museos de Ouro Preto que atesora importantes colecciones y testimonios de la sociedad y la cultura mineras del período conocido como “ciclo del oro”.
Cuando salí del museo fui a conocer el Teatro Municipal, ya habíamos intentado ingresar más temprano con Claudio y Belizia pero estaba cerrado, así que volví a pasar y al comprobar que estaba abierto no dudé en ingresar al teatro más antiguo del Brasil, y según algunos historiadores, de todo el continente americano.











Cuando regresé a la república eran ya las seis de la tarde, y mientras Cidoca telefoneaba a la terminal para confirmar el horario de salida de los micros hacia Belo Horizonte, ya que yo los había olvidado, envié un mail a Bernardo para comunicarle que estaría llegando a su casa pasadas las 9 de la noche.

No llegué a despedirme de Belizia ni de Antonio que tan bien me habían tratado durante mi breve estadía allí, y me fui de Ouro Preto con muchas ganas de regresar. Tal vez lo haga algún día durante los carnavales o durante el festival cultural de invierno
Llegué a casa de Bernardo donde apenas tuve tiempo de cenar y darme una ducha. Amable como siempre, mi anfitrión me llevó hasta la terminal y emprendí mi regreso a la maravillosa Río de Janeiro con dos cuentas pendientes: disfrutar de las playas y encontrarme con Matías, un amigo carioca al que había conocido un año antes y con quien compartí mi viaje a Machu Picchu.

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