domingo, 31 de enero de 2010

48-De compras en Iquique


IquiqueChile — domingo, 31 de enero de 2010
Mi segundo día en Iquique lo utilicé para hacer fiaca, y no porque me lo hubiera propuesto sino por la simple razón que me desperté casi a las cuatro de la tarde. A aquellas horas no había mucho por hacer así que con Eduardo decidimos ir a la Zofri, la zona franca de Iquique, al menos para conocer ya que no estaba en mis planes comprar nada, no sólo por el dinero que llevaba gastando hasta entonces, sino porque aunque quisiera, en mi mochila ya no entraba ni un alfiler. Nos tomamos un taxi y en 10 minutos estábamos en el mall de la Zofri, cientos de locales en un predio enorme en el que se puede comprar lo que a uno se le ocurra. Al final, no resistí la tentación y me compré un jean por 10.000 pesos bolivianos, algo así como 20 dólares. A aquella altura del viaje ya empezaba a entender cuánto valía el dinero chileno.

Eduardo se encontró allí con un conocido de Santiago y se fueron a tomar un café mientras yo fui a recorrer una feria en la que había degustaciones de diferentes dulces chilenos y un show de bailes tradicionales. No supe muy bien que era lo que se celebraba pero evidentemente era una especie de festival en la entrada del shopping.
Después me fui a un sector donde había autos en exposición y me tomé un milk shake mientras recorría la Zofri. Durante el paseo me encontré con dos chicos del equipo de rugby que habíamos conocido en Purmamarca, y que vimos también en Tilcara y en el viaje de Puno a Cuzco. Sólo quedaban ellos dos, el resto ya había vuelto a sus casas, algo parecido a lo que había ocurrido con mis primeros compañeros de viaje en el norte argentino que ya estaban casi todos en sus hogares.











Cuando ya no tenía más nada que recorrer me puse a buscarlo a Eduardo, al que me costó hallar en aquel laberinto lleno de gente. Después de tomar algunas fotos regresamos al hotel y fuimos a averiguar los precios de los tours en la calle Baquedano. Ya era tarde y las agencias de turismo estaban cerrando, así que nos anotamos algunos números de teléfono con la idea de levantarnos temprano y comunicarnos con el fin de realizar el tour por el norte grande. La noche terminó, una vez más en un bar de Iquique pero esta vez volvimos al hotel temprano.












sábado, 30 de enero de 2010

47-La Miami de Sudamérica


IquiqueChile — sábado, 30 de enero de 2010
Después de tantas excursiones en Bolivia y Perú donde  había tenido que madrugar, Iquique, ciudad playera, se prestaba para el descanso, para dormir hasta tarde, para las caminatas tranquilas, sin esfuerzo, ya que aquí no había montañas, cerros ni calles en subida, así que se podían recorrer largas distancias a pie sin quedar agotado.
Cerca de las 11 de la mañana Eduardo vino a despertarme, tal como habíamos acordado. Fuimos a almorzar a un restaurante pequeño donde se comía rico y barato (aquí los precios ya no eran como en Perú), en la esquina de Thompson y Patricio Lynch. Después visitamos la Plaza Arturo Prat con su famosa Torre del Reloj construida totalmente madera de pino oregón en 1878 y hoy es Monumento Histórico Nacional. A su alrededor se levantan los edificios más emblemáticos y pintorescos de Iquique: el Teatro Municipal (también Monumento Histórico Nacional) y otras construcciones que conforman el casco histórico como el Casino Español y el Club Croata.




Luego seguimos caminando por el Paseo Baquedano, la calle más famosa de Iquique, un paseo peatonal conformado por casas de madera muy pintorescas, todas construidas entre 1820 y 1920.
Baquedano finaliza en la Avenida Arturo Pratt, justo donde se encuentra el lujoso hotel Gavina y va bordeando la playa por un paseo lleno de palmeras, que le otorgan a Iquique el no poco oneroso título de ser la Miami sudamericana.



Cavancha es la playa más famosa de la ciudad, y también la más concurrida. Lo curioso es que sus arenas son blancas, pero a medida que uno se adentra en el mar se vuelven negras. Y el día en que la visité el agua estaba llena de plumas negras. Eduardo me explicó que una plaga de patos negros provenientes del Perú había invadido la ciudad, y efectivamente bastaba con llevar la vista hacia arriba para sorprenderse con la cantidad de patos yacos (así se llamaban) que se posaban de a decenas sobre las palmeras y los postes de luz. La propia alcaldesa de Iquique le había contado a Eduardo que las heces de estas aves contienen un ácido que daña las plantas y que hasta el momento ningún método resultó eficiente para erradicarlos. Para colmo, emiten todo el tiempo un fuerte graznido, por lo cual, el turista desprevenido que no alza la vista hacia las palmeras, puede pensar que la ciudad ha sido invadida por cerdos.
Estábamos tomando sol cuando vimos a unos chicos comiendo una cosa extraña en grandes vasos descartables. Eduardo, al verlos salió corriendo a preguntarles: ¿Dónde compraron ese mote? Los chicos señalaron hacia unos metros más allá en la playa, y Eduardo fue a comprar dos vasos de mote con huesillos. Ya había visto en Arica un cartel en un negocio donde vendían aquella extraña bebida, pero no la había probado hasta el momento. El mote con huesillos es una bebida que contiene un cereal parecido al trigo, jugo con caramelo y un durazno seco adentro. Fresco, sano y nutritivo, de repente en toda la playa estaban tomando aquello. Luego comprobé que había puestos de venta por todos lados y supe que era una bebida muy tradicional el Chile.

Cuando comenzó a bajar el sol fuimos a una feria artesanal en la misma playa, frente al casino, y emprendimos el camino de regreso al hotel. Después de una ducha y  un rato de descanso fuimos a comer a un restaurante chino sobre la calle Thompson a la vuelta del hotel, donde nos atendieron muy bien.
Con la panza llena nos encaminamos hasta la plaza Pratt que estaba repleta de gente, pues en el Teatro Municipal había un Festival de Tunas y Estudiantinas al aire libre. Ya había visto a un grupo de jóvenes en el Patio del Ekeko, en Arequipa, pero aquí se contaban por decenas. Lamenté no haber llevado la cámara para obtener algunas imágenes de la ciudad y no tenía ganas de volver a buscarla al hotel. La noche terminó con unos buenos tragos en un pub del centro hasta altas horas de la madrugada.




viernes, 29 de enero de 2010

46-Entre el desierto y la mugre


IquiqueChile — viernes, 29 de enero de 2010




El paisaje que se puede apreciar durante el viaje de Arica a Iquique es uno de los más lindos que he visto en mi vida. El desierto en pleno, roca y arena, todo amarillo. Y uno se siente muy pequeño en medio de aquella inmensidad.
El servicio brindado en el micro fue uno de los mejores en lo que iba del viaje. Nos sirvieron café, alfajores, galletitas, una muy buena atención. Antes de llegar a Iquique cruzamos un puesto aduanero pero no hizo falta descender del micro, sólo entregamos nuestros pasaportes y el chofer se ocupó de todo. Como ya comenté en un capítulo anterior, en Chile son bastante estrictos con este tema y hay puestos de la aduana cada vez que se atraviesa una región.

Viajé en silencio la mayor parte del tiempo, contemplando el paisaje hasta que me dormí. Una media hora antes de llegar, la señora que viajaba a mi lado me habló de la ciudad, me explicó sobre las ventajas y desventajas de vivir allí, y me aconsejó sobre los lugares que podían ser inseguros y también sobre en qué zonas podría hospedarme. Entre otras cosas mencionó que los hoteles más económicos los encontraría cerca del mercado, que es donde nos dejaba el micro. Pero a la vez, aquella zona era una de las más peligrosas de Iquique.

El micro descendió desde Alto Hospicio hacia Iquique, bajando por la Cordillera de la Costa, y fue muy lindo ver desde allí arriba la totalidad de la ciudad iluminada recortada  por el mar. Bajé en la puerta del mercado y empecé a tocar timbre en cada hotel que veía. Efectivamente era una zona muy lúgubre, con basura en las calles, mendigos y muchos puestos callejeros alrededor del mercado. Me había obsesionado con no pagar más de diez dólares por un cuarto en aquella zona, y lo conseguí hospedándome en el hostal Capri, en la calle Juan Martínez entre Thompson y Sargento Aldea, sin duda el lugar más horroroso en el que estuve desde que comenzó el viaje. ¡Ojo! No confundirlo con el “Hotel Capri” que está cerca de la playa y es totalmente diferente.

Al principio no supe donde me metía, simplemente me dejé guiar por el precio ya que pensaba permanecer al menos tres días allí. Me dieron una habitación espantosa en el primer piso con TV, el baño quedaba abajo y era compartido.
Como estaba muerto de hambre dejé la mochila y me fui a cenar, al mercado, claro, que era el lugar más cercano. Comí una hamburguesa en uno de los tantos negocios que hay allí y me hubiese retirado inmediatamente si no fuera porque ya había pagado y porque me daba miedo andar a las 10 de la noche por las calles buscando donde comer en una ciudad que no parecía muy amigable. Mientras comía, las cucarachas se paseaban como ciudadanas libres por las paredes y por la mesa misma. Me fui de allí comiéndome la hamburguesa por la calle y el asco que tenía se acentuó más cuando observé con detenimiento la habitación del hotel.

Con el hambre y el apuro no había prestado demasiada atención, me había parecido un cuarto enorme y muy básico y a esta altura no tenía grandes exigencias para dormir. Pero cuando comencé a acomodar la ropa vi que no tenía donde apoyarla, no porque no hubiese lugar sino porque las sillas y una mesita que había alrededor estaban completamente tapadas de tierra, igual que el televisor. Allí se me ocurrió mirar para arriba y vi el techo lleno de telarañas. Después de observar aquel paisaje de película de terror tuve un presentimiento y fui corriendo a quitar el cubrecama: efectivamente las sábanas estaban llenas de pelos!!!!

Bajé y le dije a la encargada que iba a salir aquella noche pero que por favor limpiase el cuarto o al menos cambiase las sábanas que estaban sucias. Me duché y me tomé un taxi hasta la zona de los boliches que estaban alejada del centro en un barrio llamado Bajo Molle. Me había anotado un papelito con los nombres de las discos y las direcciones pero desafortunadamente lo olvidé en el hotel así que tuve que volver.

Cuando salí a la calle paré a otro taxi, que llevaba gente y me explicó que eran ya más de las 12 de la noche y no iba a conseguir taxis colectivos hasta Bajo Molle, que el podía acercarme una vez que bajasen los otros pasajeros pero al precio de un taxi normal. Yo hasta el momento seguía sin entender bien el tipo de cambio chileno, pero la cuestión que el tipo me cobro 5.000 pesos chilenos equivalentes a 10 dólares cuando después supe que el viaje no costaba más de 3.000.
Me bajé en Bajo Molle en un pub donde vi mucha gente y entre cerveza y cerveza conocí a Eduardo, un muchacho al que había visto en el hotel charlando con el encargado cuando regresé a buscar el papel con las direcciones que había olvidado. Fue una lástima no saber que él se dirigía al mismo lugar que yo en aquel momento, ya que me hubiese ahorrado la mitad del taxi y como Eduardo era chileno, hubiera sido poco probable que el taxista me estafara.


Eduardo vivía en Santiago y había viajado a Iquique enviado por la empresa para la que trabajaba para hacer un curso y se había hospedado hasta el día anterior en el Hotel Gavina, el único de Iquique con categoría 5 estrellas. Decidió tomarse unos días más en la ciudad norteña y terminó en el horrendo Hostal Capri. Mi encuentro con él fue muy casual, viajamos sólos y enseguida se convirtió en mi nuevo compañero de viaje. Apenas hacía tres horas que había llegado a Iquique y ya contaba con un nuevo compañero de aventuras, parecía que en este viaje estaba predestinado a no estar solo.



jueves, 28 de enero de 2010

45-La ciudad de la eterna primavera


AricaChile — jueves, 28 de enero de 2010

Lo primero que hice en Arica fue ir a la playa, ya que mi estadía allí sería muy breve, y el día estaba espectacular. Caminé cinco cuadras hasta el puerto y luego por la avenida Máximo Lira hasta pasar por el morro. Entre foto y foto y mientras esquivaba a una mujer que me pedía dinero divisé a Guillermo y Jean Claude que venían caminando con cierta desesperanza, dado que el hotel donde se habían alojado no estaba tan cerca de la playa como ellos creían.

La playa El Laucho fue la primera  que encontramos y allí nos quedamos. El día se estaba haciendo corto debido a las dos horas de diferencia que habíamos perdido al cruzar desde Perú.
Estuvimos cerca de dos horas en la playa y luego fuimos a comer. Los precios en cualquier restaurante era muy caros para mi gusto, así que acompañé a mis nuevos amigos y una vez que regresaron a su hotel me puse a recorrer las hamburgueserías de la zona, cuyos precios eran mucho más accesibles que la comida de restaurante.

El problema fue tratar de comprender el significado de los nombres que los chilenos les ponen a sus hamburguesas: “chacarera”, “ave mayo”, “gorda completa”, y otros nombres extraños conformaban el colorido paisaje de letreros a lo largo de dos cuadras. Después de ir y venir unas cuántas veces, me instalé en uno de eso negocios y le dije a la camarera: “Soy extranjero y no entiendo nada de lo que ofrecen en los carteles. Quiero una hamburguesa de pollo con papas fritas”. La mujer sonrió, y en quince minutos estaba la hamburguesa frente a mi plato, y yo esperando la porción de fritas que sorprendentemente, ya venía incluida dentro del sándwich.

Volví al hotel a darme una ducha y más tarde me encontré con Guillermo y Jean Claude en la peatonal 21 de mayo. Fuimos al cíber y a un espectáculo al aire libre que había en la Casa de la Cultura, otro de los edificios pintorescos de la ciudad en lo que antes fuera la Aduana. Más tarde fuimos a la disco Soho en Playa Chinchorro. La entrada: 6.000 pesos chilenos. No sabía que con carné de estudiantes costaba la mitad, lamentablemente había dejado mi ISIC en el hotel.



Entre el gentío perdí a mis compañeros y los perdí de vista definitivamente. Desde esa noche jamás los volví a ver. Cuando salí de allí me fui a conocer la playa chichorro por la noche y volví caminando hasta el centro, pero antes me hice una escapadita hasta el casino donde perdí todo lo que aposté. Lo bueno es que antes de las 4 de la mañana cerró así no pude gastar más dinero.

A la mañana siguiente me dediqué a recorrer la ciudad y aproveché para ir a la Terminal a comprar el pasaje hacia Iquique. En el camino de regreso pasé por la playa Chinchorro y recorrí toda la costanera, muy pintoresca. Después recorrí la peatonal, muy linda y concurrida, donde hay además una feria artesanal, y la catedral construida por el mismísimo Eiffel.
Después de comprar algunos chumbeques, unos dulces tradicionales de la zona, subí caminando al histórico Morro de Arica, monumento nacional y postal de la ciudad.

Hacía mucho calor en la ciudad de la eterna primavera, llamada así por las características de su clima (llueve solamente entre 0.5 y 1.5 mm al año),  pero valió la pena ya que desde allí arriba se tiene una vista panorámica de toda la ciudad. Además hay un cristo denominado Cristo de la Paz, que simboliza la unión de los tres países fronterizos: Chile, Bolivia y Perú. Recordemos que Arica fue ganada por los chilenos al Perú durante la Guerra del Pacífico. Allí arriba del morro se encuentra el Museo Histórico y de Armas, en el que se exhibe una colección relacionada con dicha guerra.

Después de visitar el Museo, bajé del morro y me quedaba poco tiempo para ir hasta la Terminal (en las ciudades donde el taxi es caro prefiero caminar para ahorrar dinero y conocer todo más a fondo). Fui al cajero automático a sacar dinero, ya que el día anterior lo había hecho pero había retirado muy poca plata (todavía no entendía el dinero chileno que tenía muchísima cantidad de ceros en sus billetes).
Llegué a la Terminal casi corriendo, sobre la hora, retiré mi mochila y compré una bebida en un kiosco. Salí volando hacia el micro cuando escuché que alguien atrás mío me llamaba: era el kiosquero que me traía la cámara de video que había olvidado sobre el mostrador de su negocio.
Así, a los apurones, con mucho calor y agotado, fue mi despedida de Arica, una hermosa ciudad a la que supe aprovechar bastante durante las 24 horas que permanecí allí. Sin duda, un lugar para volver, y en lo posible, quedarse un par de días más.

Mirá el video de este capítulo:
http://www.vimeo.com/15446893

















44-De Perú a Chile, cruzando la frontera


AricaChile — jueves, 28 de enero de 2010

El precio de un pasaje en ómnibus desde Tacna a Arica era al menos en aquellos días, algo incierto. Los precios variaban a cada hora del día, y se encarecían llegada la noche. Ya había pasado el mediodía cuando me decidí a abandonar el Perú para ir a conocer las tierras de O´higgins.

La Terminal de Tacna es bastante caótica. El pasaje se saca allí mismo en la puerta del micro, éstos son pequeños y salen uno detrás del otro, debido a que el contrabando es muy frecuente al ser una zona fronteriza. Allí esperé, junto a una pareja de chilenos que guardaran mi mochila en el guardamaletas, pero el encargado de esto nos mandó a los tres a la puerta del micro para que le diésemos nuestros datos al chofer.

Éste último, nos decía que antes debíamos entregar la mochila, y así, indefinidamente íbamos y veníamos sin sentido mientras una muchedumbre de peruanos continuaba metiendo cosas en el guardaequipaje, a éstos no le pedían ninguna documentación, y subían al micro las cosas más absurdas: enormes packs de rollos de papel higiénico, de desodorantes de ambiente, todo tipo de prendas de vestir, paquetes de algodón, juguetes y todo tipo de mercaderías, mientras los chilenos y yo seguíamos esperando. Hasta que el chofer nos dijo: ya no hay más lugar, tienen que tomar otro ómnibus. Cerraron la puerta y se fueron. 

Sin llegar a comprender cuál era el negociado entre choferes y pasajeros (no había tiempo para eso), decidí tomar uno de los taxis compartidos que iban hacia Arica por 13 soles por persona. Puse mi mochila en el baúl del taxi donde me indicaron, que estaba sin pasajeros en ese momento. Estos no tardaron en llegar y un rato después el chofer me hizo bajar del taxi y quitar de allí mi equipaje porque había completado ya los cinco pasajeros y le sobraba uno.

Finalmente el segundo taxi me llevó hasta Arica. Viajaban además del chofer y yo, un chileno y una chilena que vivían en Arica, y una pareja de amigos: Guillermo de Perú y Jean Claude, de Canadá.

Estábamos a punto de entrar a Chile cuando a alguien se le ocurrió comentar que no cruzáramos hojas de coca porque podían llegar a multarnos e incluso impedirnos el ingreso. Ya sabíamos que Chile tiene fama de ser muy exigente con lo que se ingresa a su territorio. El señor chileno me advirtió que guardara las dos bolsitas de coca en mis bolsillos, porque en la aduana escaneaban la mochila.
El auto tuvo que detenerse, sacar los equipajes, y allí, al rayo del sol, sobre el baúl, me puse a desarmar la mochila: recuerdos, pantalones, calzoncillos, tuve que sacar todo para poder encontrar las dos bolsitas que tan bien había escondido.

El chofer se había encargado de nuestro papelerío cuando salimos de Perú (para agilizar las cosas estaban acostumbrados a hacerlo ellos mismos) y había olvidado el papelito que certificaba la salida de Guillermo. Allí vivimos un feo caso de discriminación. Guillermo era el único peruano (conocida es la rivalidad entre Chile y Perú desde la Guerra del Pacífico y lo poco bienvenidos que son los peruanos en el país del sur). Aún cuando el chofer, que ya conocía al empleado de migraciones y asumió ante él la culpa, le hicieron a Guillermo todo tipo de preguntas: entre ellas si era gay y si Jean Claude era su pareja. Le exigieron tarjetas de crédito, certificados laborales y cosas insólitas que no nos habían pedido a nadie, y al final le firmaron la entrada pero sólo por 10 días y para la ciudad de Arica, o sea que no podía moverse de esa ciudad.

Llegamos a Arica. Guillermo bajoneado porque no podría visitar Iquique ni quedarse unos días más en caso que le diera la gana, le pidió al chofer regresa hasta la frontera pero éste se negó. Además nos cobró a todos 15 soles cuando los carteles en la Terminal de Tacna decían bien claro “Taxi a Arica-13 soles por persona”. Yo fui el único que le discutí hasta que el tipo vio que los demás podían llegar a reclamarle también y me dijo: “Bueno, señor, deme 13 soles pero cállese la boca”.
Después de cambiar algo de dinero me tomé un taxi junto a Jean Claude y Guillermo, y nos fuimos a la zona donde, según me habían dicho los chilenos que conocí en Chivay, podía encontrar hoteles a un precio razonable.

Hacía calor, y no era muy agradable andar con todo el equipaje a cuestas, así que me quedé en el primer hotel que encontré, donde me dieron un cuarto individual por 10 dólares la noche. En ese momento me llamó mi abuela, que desde Argentina, seguía preocupada por lo que veía en TV sobre Cuzco y Machu Picchu. Me costó hacerle entender que ya me había ido de allí hacía seis días.

Guillermo y Jean Claude prefirieron alojarse en un hotel más cerca de la playa, así que se fueron y quedamos en encontrarnos más tarde. Me sorprendió que tanto el taxista, como la encargada del hotel hicieran el mismo comentario “Arica es la ciudad más segura de Chile”. El comentario surgió debido a mi pregunta sobre la seguridad de la ciudad, ya que los chilenos con quienes compartí el city tour en Tacna me habían dicho todo lo contrario. Arica no sólo es segura sino que es una de las ciudades más lindas del norte de chile. El poco tiempo que estuve allí fue suficiente para comprobarlo.








miércoles, 27 de enero de 2010

43-City Tour en Tacna


Tacna, Perú — miércoles, 27 de enero de 2010
El city tour por la ciudad de Tacna comienza en el centro de la ciudad, un recorrido por el paseo público, la Catedral, las avenidas San Martín y Bolognesi, y la mezquita. Una vez que salimos de la ciudad nos adentramos en el distrito de Pocollay donde almorzamos un restaurante campestre llamado Pocollay de Antaño. Allí probé el famoso ceviche, uno de los platos tradicionales del Perú. El costo del almuerzo no estaba incluído y fue de 15 soles.

Después de almorzar fuimos al museo de sitio “Las Peañas”, es un museo ubicado junto a una cárcel en Pocollay, donde se hallaron 56 tumbas, momias y otros restos arquelógicos.



Luego seguimos avanzando por la ruta 40 travesando los pueblos de Calana y Pachia. El paisaje es muy lindo ya que hay montañas hacia los dos lados de la carretera. Además, durante todo el paseo te acompaña la música funcional del bus, canciones típicas de la ciudad y del Perú.

Poco después se llega al complejo arqueológico de Miculla, un área protegida donde se encuentran unos 1.500 petroglifos de los cuales 500 están en exposición. Para ver los petroglifos tuvimos que atravesar un gran puente colgante. Esta experiencia fue muy divertida ya que el puente se movía para todos lados, una señora con sus sobrinas no pararon de gritar mientras trataban de cruzarlo. Después ingresamos al museo donde pudimos observar otra una cantidad importante de petroglifos y nos explicaron cada uno de sus significados.



Luego de visitar el museo emprendimos la vuelta, por la misma ruta, y nos detuvimos en una bogeda donde hicimos una degustación de varios vinos y nos explicaron cómo elaboran el pisco sour, la tradicional bebida del Perú.
Todo este paseo lo hice con un hombre y una chica de Chile, que viajaban solos pero se habían conocido durante el viaje. Ellos me advirtieron que no fuera a Arica por la noche, ya que consideraban que la ciudad era un poco peligrosa. Esto cambió bastante mis planes, ya que pensaba viajar hacia allí una vez terminado el city tour.

El bus nos dejó frente al paseo público y allí me tomé un colectivo hasta el hotel. Aproveché las horas que me quedaban para ir a un cíber en la terminal para bajar las fotos y los videos que venía acumulando, y me amargué al comprobar que me faltaba un CD con las primeras fotos que había sacado en el norte argentino. Había perdido todas las fotos de Purmamarca, Salta, Tilcara y parte de Humahuaca, cosa que me dio mucha bronca, y no podía darme cuenta de dónde podía haberlo extraviado.
Compré unas empanadas y algo de fruta en la misma Terminal y me fui al hotel. Era extraño estar solo en un cuarto luego de tanto tiempo en compañía. Por primera vez en mucho tiempo me puse a ver algo de TV. Pude ver el canal 13 de Argentina y supe que en Buenos Aires la gente se estaba muriendo de calor, que los vecinos de Palermo habían inundado las plazas por la noche buscando un poco de aire fresco. También supe que la telenovela Valientes todavía seguía en el aire. Mi celular no sonaba desde hace un mes y mientras miraba TV recibí un llamado de una alumna, que preocupada por lo que había visto en los medios, quería saber cómo me encontraba. EL llamado consumió mi crédito. Cuando cambié de canal en la TV en un noticiero peruano defenestraban al alcalde de Aguas Calientes por los desastres ocurridos en Machu Picchu y ahí me enteré que todavía había un gran número de turistas que no habían podido salir del pueblo.

Mirá el video de este capítulo:
http://www.vimeo.com/15339824











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